Era otoño, lo recuerdo. Un joven y tardío otoño. Lo sé porque con el calor de diciembre pegándoseme en la piel ahora echo de menos algo de gélido viento condensado cortándome la cara. Taciturna ciudad de acuarela. Desecha entre lágrimas provenientes del cielo. Paisajes cambiantes y llenos de color. Encima de todo esto ya nada duele. Nada hace hueco a la tristeza profunda. Desde la cima del mundo se observa todo mejor. Endiosamiento patético y poco apropiado. Te fuiste. A pesar de haber estado, de haber sentido, de haber parecido. Y si tu ausencia insípida se clava tan hondo no es por tu propia falta. Es por haberte llevado tanto de mi. De haberme dejado ganar en mi propio terreno. Orgullo olvidado al fondo del baúl de los recuerdos. Junto a las fotos, las promesas y todo lo grato. Junto a mi propia dignidad. Doy la última calada a un cigarro que no calma ni un ápice los nervios instalados en mi estómago. Empacho de histeria colectiva. Recuerdos guardados debajo de las sábanas, donde aún el calor de tu cuerpo está presente.
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